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viernes, 6 de junio de 2008

El dedo indice se contrajo como en camara lenta. El infimo mecanismo se acciono, el diente se movio, con un click mecanico. El percutor volvio a su original posicion con violencia, golpeando la aguja retractil, debil engranaje de pertubador resultado. El golpe genera una llamarada gigante en ese microesquema. La mezcla de nitrato de potasio, carbono y azufre explota, haciendo moverse la corredera, expulsando el caliente casquillo, disparando el metal curvado. En el mismo instante, se llena el engranaje con un nuevo casquillo y metal curvado, mientras la pieza se mueve y silba por el aire, corriendo airadamente por el cañon.
El metal surca el aire, diez centimetros, un metro, cinco metros. En su camino, atraviesa y destruye la cutila, los fluidos, y las alas de un mosquito infortunado que pasaba por ahi.

Luego de embebida con tales fluidos, la bala siguio su curso, diez metros. A los dieciseis metros, la bala penetro la dermis, rozo un hueso, rompio un nervio, rebano una arteria y repitio el proceso a la inversa.
La debil piel no aguanta, y deja pasar el metal, que surca unos metros mas hasta llegar a una fria pared de marmol. Se incrusta con dolor, doblandose en si misma, aplanandose un tanto, quedandose igual de fria que la pared. Al segundo, tres, quince, veinte de sus hermanas tuvieron su mismo final. Una familia de balas en el marmol blanco.