Le fort vent noir

jueves, 21 de enero de 2010

Los oscuros pasillos, con persistente olor a cloro y formaldehido, han de verse terrorificos en la noche, piensa Gustav, mientras encamina sus pasos hacia el baño mas cercano. El sol empieza a ponerse, dejando una delgada estela roja donde los edificios se fusionan con el atardecer, y la delgada capa de hielo del vidrio le da un aspecto de imagen antigua, como la que esta colgada en su casa mostrando a la abuela Galina, con sus ojos profundos y negros, su cara arrugada y holgada bajo sus cabellos largos y blancos, que su padre dijo eran rubios como el oro.
Sus pasos resonaban ya, cuando las visitas habian desocupado las sillas al lado de los enfermos, y el piensa que seria mejor que Padre no viniera a verlo tan seguido, por que Padre no tiene tacto con las enfermeras, y les grita por cualquier cosa, que mi hijo tiene que tener la mejor atencion, y su bigote se llena de saliva cuando grita, y las enfermeras se encojen de hombros y se marchan a otra sala.
El baño estaba ya solo, a excepcion de un joven que estaba dentro de la caseta, haciendo ruidos guturales, asi que Gustav salio rapido, luego de orinar y lavarse las manos. Al salir, una camilla casi lo golpea, el ruido de los medicos balbuceando rapido, dando instrucciones e inyectando al pobre hombre. Yo llege asi, se dice Gustav, y se sonrie un poco por ya estar mejor. A la vuelta a su habitacion, decide dar una vuelta por el pabellon contiguo. El olor a vendas limpias y desinfectante no hace placida su estancia en cama, donde el roze de las sabanas le molesta mucho.
El pabellon contiguo es mas pequeño, con dos ventanales grandes, y Gustav se pregunta por que en su habitacion no hay ventanales, para ver la invernal mañana en Saratov, coronada cada dia con una nevazon que enblanquese las paredes verdes su casa, y la de los vecinos. Ojala tuviera una ventana.
Las camas estan ordenadas, cada una con un cuentagotas unido a una bolsa de suero, y toda la gente ahi parece ser de mucha edad, algunos pies caen de sus camas, y cuando Gustav se acerca a ver una pierna mas de cerca, nota que sus vellos estan blancos. Esto lo fascina a sobremanera, nunca a visto a alguien tan anciano en su vida, y acerca su cara a la del viejo. Tiene (¡sorpresa!) tambien las cejas y la barba blancas, parece un San Nicolas enfermo, se dice a si mismo y rie por lo bajo. Las ventanas de su nariz se mueven lentamente, expandiendose y contrayendose, y dentro tambien tiene pelos. Se pregunta si tendra tambien pelo dentro de las orejas, y cuando decide moverse un poco mas, su mano, un tanto transparente, roza el tubo que conecta al viejo con el cuentagotas. Se hace un estrepito, y el viejo despierta.
El general de fuerzas especiales retirado, Aleksey Suvorov, ya a los 75 años, aun conservaba fuerzas de sus años de soldado, a base de entrenamiento duro todos los dias, dos raciones de huevos en la mañana y mucho ejercicio y practica con los fusiles, practica que era facilitada por su rango militar. Tambien poseia un gran dominio de los cuchillos, asi como de combate cuerpo a cuerpo. Cuando Gustav desconecto el tubo, Aleksey desperto al instante, presentiendo un peligro inminente. Su primera accion, aprendida y esculpida en lo mas profundo de su mente ahora ya senil, fue la de darse vuelta rapidamente y propinar un codazo. Esto mando a Gustav a chocar contra la otra cama, dandose un golpe severo en su brazo. Aleksey, en un extraño momento de senilidad, recordo todos los años de pelea en el ejercito rojo, cuando no era mas que un jovenzuelo, y estas memorias se superpusieron a la realidad, y lo que no era mas que un niño inocente, se trasnformo en su mente en un gringo de mierda de tiempos mas buenos. La vision no duro mucho, y lo unico que vio fue la horrible cara de una perro, con su hocico transtornado y un ojo caido y perdido a nivel de sus piernas. Aleksey arremetio contra el perro, y su tacto se sentia calido y quebradizo, sus auillidos llenaban sus oidos, y el sentia caer la piel, tira a tira, mientras mataba al perro militar estadounidense.
En el pabellon, se escuchaba el pitido insistente de dos maquinas que monitoreaban el corazon de los ancianos. Una era la de un anciano que, al ver lo que lo habia despertado de su sueño inducido, tuvo un ataque al corazon, lo que no le impidio llamar a la enfermerar antes de eso.
El segundo era el de la maquina de Aleksey, que estaba tirada en el piso, y empapandose, con el cuerpo del viejo a su lado. Frente a ellos, Gustav, con sus vendas y su medio cuerpo quemado, gemia sin cesar, mientras la mitad de su cara lloraba rubies, mientras la enfermera corria a ver por que los viejecitos molestaban tanto a esta hora, por Dios.

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